Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos. (Lucas 22:31-21)
¿Y qué pasó con los otros diez apóstoles (sin contar a Judas)?
Satanás también los iba a zarandear a ellos. ¿Acaso Jesús oró por los otros diez?
Sí, lo hizo, pero no le pidió al Padre que guardara la fe de ellos de la misma manera en que guardaría la fe de Pedro.
Dios rompió la espina dorsal del orgullo y la autosuficiencia de Pedro esa noche en la agonía del ataque satánico, pero no lo dejó ir. Hizo que volviera y lo perdonó y lo restauró y fortaleció su fe. Y ahora la misión de Pedro sería fortalecer a los otros diez.
Jesús ayudó a los diez ayudando a Pedro. El fortalecido se convierte en el fortalecedor.
Aquí hay una gran lección para nosotros. Algunas veces Dios lidia con nosotros directamente, fortaleciendo nuestra fe estando solos en la madrugada. Pero la mayor parte de las veces (podríamos decir diez de cada once veces), Dios fortalece nuestra fe a través de otra persona.
Dios nos envía algún Simón Pedro, quien nos da las palabras de gracia precisas que necesitamos para seguir en fe: algún testimonio sobre cómo «el llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría» (Salmos 30:5).
La seguridad eterna es un proyecto comunitario. Cuando Dios aliente nuestro corazón con la promesa de que en medio del zarandeo de Satanás nuestra fe no faltará, tomemos este estímulo y dupliquemos nuestro gozo al usarlo para fortalecer a nuestros hermanos y hermanas.